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EL SAPO CUCUFATO

El sapo Cucufato nació en una pequeña charca a la que llegaban los niños de los alrededores a bañarse durante el caluroso verano y arrojar piedras por el puro gusto de hacer salpicar el agua, de modo que no era precisamente un lugar tranquilo.


Para Cucufato la vida no era tampoco fácil, pues aunque los sapos tiene buena vista, él tenía los ojos desviados, uno mirando para el este y el otro para el oeste, de modo que para alimentarse tenía grandes dificultades, pues los sapos siguen con la mirada las moscas, zancudos y otros insectos siempre en movimiento, revoloteando por aquí y por allá, hasta que con mucha puntería, los sapos sacan su lengua como un latigazo y con ella los atrapan en el aire.

 

 

El pobre Cucufato cuando creía tener en la mira de sus ojos una suculenta mosca, estiraba su lengua y la lengua iba a golpear el ojo de otro sapo, o la oreja del vecino, o las ancas de una sapita, o la cabeza calva del sapo más viejo, de modo que todos los sapos le reclamaban, por sus molestosos y pegajosos lengüetazos.

- ¡Hey! que me diste en un ojo.

-¡Fíjate! que metiste tu lengua en mi oreja.

 -¡Pon cuidado! saca tu lengua de mi boca.

Hasta que finalmente se alejaban de su lado, porque que cuando Cucufato creía que el insecto estaba a su derecha, por culpa del ojo que miraba al este, estiraba la lengua para el lado contrario, o cuando creía que el insecto estaba a su lado izquierdo, por culpa del ojo que miraba al oeste, estiraba la lengua para el lado equivocado, sin obtener resultado.

Por esto además Cucufato era flaco porque comía poco, a diferencia  de los  demás sapos siempre bien gorditos. Pero por  tener los ojos chuecos como los tenía, Cucufato prestaba mucha atención a sus oídos, que siempre le eran de mayor ayuda porque le resultaba mejor guiarse por los zumbidos de los insectos que tratar de verlos, a la hora de cazarlos para el almuerzo. Por lo tanto Cucufato era muy hábil para escuchar y le agradaba sobre todo oír lo que decían y como se reían los chicos que visitaban la charca.

Así Cucufato se enteró que existían médicos que arreglaban la vista y que se llamaban oftalmólogos u oculistas, de modo que decidió pedir ayuda a un doctor.

Una mañana nublada inició la aventura de dejar la charca y visitar el pueblo cercano. Y saltando y saltando y saltando, como hacen para caminar los sapos, fue haciendo lentamente su camino esquivando las ruedas de los autos al cruzar la carretera, los pies de los peatones al cruzar las veredas, la persecución de los perros al asomarse a cada casa,  y escapar de los maullido de los gatos que lo asutaban, hasta encontrar el consultorio del médico.

Alaridos fueron los que escuchó Cucufato de la secretaria del médico que lo vio parado en la puerta y casi se muere él también del susto, cuando de un tremendo escobazo, lo lanzaron por el aire alejándolo.

Pero quien tiene una incapacidad se vuelve fuerte ante la adversidad, de modo que Cucufato insistió durante tres días parándose delante de la puerta con el mismo resultado, hasta que el doctor quiso saber quién provocaba tanto alboroto en su secretaria y en sus pacientes, dando órdenes que le avisaran si aparecía un sapo nuevamente.

-No vaya a ser cosa de que estemos enfrentando una plaga, dijo.

Así Cucufato pudo ser visto por primera vez por el médico, cuando la secretaria medio que chillando fue a decirle:

- ¡Doctor!, ¡doctor!  ¡Allí está ese sapo otra vez!, ¡allí está en la puerta!, ¡allí! ¿Lo ve?

El médico se agachó y lo observó detenidamente. Pronto se dio cuenta que era un ejemplar de sapo raro, pues vio que tenía un ojo mirando para el este y el otro para el oeste y además  estaba un poco flaco. El médico pensó que Cucufato era muy interesante, pues desconocía que en animales pudiese darse un defecto que era tan común entre los seres humanos. Cogió por lo tanto al sapo Cucufato y lo metió en su sala de exámenes y con sus instrumentos le midió los ojos. Decidió tratarlo como a un paciente más. El mal de sus ojos necesitaba una pequeña intervención quirúrgica que realizó a la mañana siguiente, para que los ojos de Cucufato se movieran juntos hacia arriba, hacia abajo, hacia el lado izquierdo, hacia el derecho y giraran ambos en círculo para todos lados.

Luego de un día de reposo, el generoso médico puso al sapo en la calle y haciéndole un gesto con la mano de que se fuera, cerró la puerta a sus espaldas.

Cucufato se dio cuenta enseguida que veía mejor que antes y se marchó sin poder agradecerle al doctor, pues sapos y humanos no hablan el mismo idioma, pero deseando con todo el corazón que el oculista fuese en adelante un hombre feliz, pues la felicidad es el mayor bien al que todo ser vivo puede aspirar.

Cucufato estaba feliz y se regresó saltando, saltando, saltando como hacen los sapos, esquivando gatos, perros, pisadas y neumáticos y moviendo los ojos al fin emparejados para arriba, para abajo, para el lado izquierdo, para el derecho y girándolos en círculo, constatando que ahora sí los ojos le obedecían y podía moverlos para todos lados.

Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.

Cucufato vivió feliz en su charca, engordó, se casó, tuvo amigos y muchos sapitos que por suerte vinieron al mundo con los ojos parejitos.

 

 

 

                                                                                                   FIN

 

 

 

 

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