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EL ENANITO VERDE

 

Había una vez, en un pequeño rincón escondido, un enanito verde. Verde porque usaba pantalones y zapatos, cinturón y chaqueta, botones y calcetines, en tonos más claros o más oscuros, pero de color verde. 

Cuando la casa se quedaba en silencio, pues todos se habían ido a dormir, el verde enanito salía de su rincón y cogiendo papel y lápices, agua y pincel, colores de acuarela y pastel, se ponía a dibujar limones y aguacates, árboles y camaleones, esmeraldas y colibríes, todos de color verde. 


Pero sus dibujos eran mágicos y se transformaban y movían como en una película. Así el limón se convertía  en una jarra de limonada con cuatro vasos sobre una mesita y los aguacates formaban una pasta verde que una bailarina usaba para ponérsela en el pelo y hacerlo lucir más suave y más brillante. Los árboles se juntaban formando bosques y luego cambiaban a batallones de soldados de uniforme verde, haciendo ejercicios de adiestramiento para futuras batallas en muchas guerras. Los camaleones, seguían siendo siempre camaleones sólo que cambiaban de colores, porque esa es su característica. Las esmeraldas se lucían en anillos,pulsera, collares y coronas que usaban princesas y reinas de muy lejanos lugares, famosas actrices y  también acaudaladas millonarias. 

En fin, el caso es que mientras el enanito verdecito dibujaba y pintaba, una niña durmiendo imaginaba que era princesa y que tenía un cofrecito en el que guardada una extraordinaria esmeralda en forma de corazón, de incalculable valor y única en el mundo. 

Por eso la princesa vivía en una alta torre, tan alta que a su alrededor solo estaban el cielo y las nubes y era custodiada por un ejército de soldados con sus cascos, botas, ametralladoras y bazucas. 

Así, la pobre princesa casi nunca bajaba a jugar al jardín, pues eran tantas y tantas las escaleras que tenía que bajar y luego subir, que se tomaba toda la mañana en descender y toda la tarde en regresar alcanzando apenas a estar unos pocos minutos en el precioso jardín que rodeaba su palacio. 

Una mañana la princesa aburrida de mirar nubes, vio asomarse a  su ventana un hermoso colibrí que moviendo sus alas tan rápido como las aspas de un ventilador, le hacía señas de que quería entrar. La princesita feliz con su presencia le abrió el ventanal. Entonces el colibrí que se veía muy, pero muy cansado, porque ningún colibrí vuela tan alto, le habló diciéndole con una voz muy finita: 

Princesita, princesita, tú tienes una cara muy bonita y un corazón de piedra verde, único en el mundo y que vale un millón, guardado en un cofrecito que escondes en algún rincón. Yo vengo a pedirte que me des el corazón que le pertenece a mi amada y que una bruja malvada un día se lo robó. Mi amada se llama Esmeralda y sin su corazón yace como muerta en un cajón. Yo a cambio no tengo nada que darte, solo el placer de saber que a alguien ayudaste.

La princesa que al fin y al cabo, ni usaba la famosa y  tan cuidada joya, sintió pena y alegría a la vez. Pena por la tristeza del colibrí y alegría de poder ayudarlo y sin pensarlo dos veces le puso al cuello el corazón de esmeralda. La piedra pesaba tanto, que el pequeño colibrí al descender, digamos que no volaba, sino que caía en picada. 


Pero lo extraordinario fue que a medida que el colibrí volando descendía, a la misma vez los pisos de la torre se deshacían, de modo que cuando el enamorado colibrí alcanzó las copas de los primeros árboles, la alta torre en que la princesa vivía quedó de unos pocos pisos solamente. 

La feliz princesa pudo entonces bajar todos los días a jugar al jardín, que siempre estaba perfumado por el azahar de los limones y en el que se  podían ver también pasear algunos camaleones. Los soldados que antes vigilaban tuvieron que cambiar de oficio, unos se hicieron leñadores, otros panaderos, algunos pescadores y hubo uno que quiso cultivar aguacates y otro que pidió permiso para quedarse de jardinero. 

Como mientras pasaba todo esto la noche ya había dado la vuelta y el sol empezaba a asomarse, el enanito verdoso guardó sus papeles, pinceles, colores y lápices, entonces la niña que había estado soñando que era princesa se quedó sin cuento, el enano verdecito volvió a esconderse en algún rinconcito y la niña se despertó pensando que todo lo que había soñado era por causa de los dibujos y pinturas del artístico y misterioso enanito verde. 

 

                                        FIN

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