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BREVE HISTORIA DE UNA PEQUEÑA PIEDRA A ORILLAS DE UN CAMINO

Esta pequeña piedra yacía no se sabe cuánto tiempo a orillas de un camino polvoriento y reseco por el que pasaban con frecuencia carretas con burros, rebaños de ovejas, cabras y vacas, camino a los pastizales. Una que otra bicicleta, algunas  ruidosas motos, unas pocas camioneta  y grandes camiones cargados de frutos rumbo a la ciudad.  Era un camino entretenido pero con poca sombra y demasiado sol, por eso la pequeña piedra se desesperaba, pues llevaba tanto tiempo allí que le parecía que no había lugar peor. Temía además que se acumulara tanto polvo en el camino, que al final la tapara y quedase sin poder ver nada más.

 

 

Afortunadamente un día cualquiera cerca del mediodía, unos perros salieron a ladrarles a unos chicos que iban camino al río, entonces la pequeña piedra sintió como una mano la cogía y lanzaba por los aires contra un perro, movimiento inesperado para ella que la dejó instalada a la buena sombra de uno de los escasos árboles. Que contenta se puso la pequeña piedra, su nueva posición no podía ser mejor y justo en la curva, de modo que podía ver quienes venían de ambos lados con mucha anticipación.

Allí pasó mucho tiempo, tanto que no se puede saber cuánto. Así que la pequeña piedra empezaba a desesperarse nuevamente de la misma vida de siempre, cuando esta vez sucedió que la rueda de un camión la cogió lanzándola como una bala lejos del camino yendo a caer a la orilla de un canal de regadío. La alegría de su nueva posición no le duro mucho a la piedrita, allí no pasaba nadie y uno que otro pájaro era lo único que había que ver para entretenerse, hasta que muchos años después unas manitas la levantaron para tirarla al arroyo junto con otras piedras, pues a los niños les gusta arrojarlas al agua para ver como salpican.


Debajo del agua no había estado nunca, al menos que ella recordara y quedó francamente encantada pues todo transcurría más a prisa, pasaban hojas, ramas, peces, renacuajos llevados por la corriente, a veces algunas bolsas de basura, envases plásticos y otras cosas inexplicables. 

Así entretenida le empezó a bajar la comezón de querer moverse nuevamente, pero tuvo que esperar mucho y con paciencia a que años más tarde, cuando el canal se secó, llegaran los hombres con maquinaria pesada a remover la tierra. La pequeña piedra junto a muchas otras fue subida a un camión tolva que se la llevo por la carretera pavimentada muy lejos de allí, descargándola en un amplio terreno en la ciudad donde pensaban construir un parque y un estadio.

¡Qué tremendo cambio! Todas las piedras agrupadas por tamaño eran puestas aquí y allá, cambiando de posición casi todos los días para desaparecer luego en inmensos bloques de cemento, como la pequeña piedra pudo observar con gran preocupación, pues no quería quedar enterrada en ninguno de ellos, sin poder ver nada a su alrededor. La suerte quiso que llamara la atención de uno de los trabajadores quien la echó en su bolsillo sin ninguna explicación. Quedó olvidada allí hasta el siguiente día, cuando la esposa la encontró cuando se disponía a lavar el pantalón de su marido.

¡Hum!, pensó la mujer, ¿qué hace esta piedrita aquí?, ¿será una piedrita de la buena suerte? Y tomándola la guardó en su monedero.

¿Cuánto tiempo pasó? Tampoco se sabe, pero esta mujer muchos años más tarde, a orillas de un playa, haciendo recuerdos y memorias de su marido fallecido y de sus hijos que ahora ya estaban grandes, abrió su cartera y sacó la pequeña piedra lanzándola al mar.

Eso fue como estar en una montaña rusa para la piedrita, las olas la llevaban para el fondo y luego la empujaban para la orilla, haciéndola girar constantemente. Ahora no podía quejarse de no estar en movimiento, corría rodando para afuera y para adentro viendo pasar los días soleados, los nublados, los de mucho viento. Estaba contenta, -¡yuppii! gritaba cuando en días de tormenta las grandes y atronadoras olas la levantaban y arrojaban a la arena para luego arrastrarla con fuerza hasta el fondo marino.

Así vivió la piedra incontables años, quizás fueron siglos, pero el caso es que a cada golpe de ola se fue haciendo más y más pequeñita hasta quedar convertida en un diminuto granito de arena que brilla al sol cuando a la piel se nos pega, feliz de meterse en nuestro pelo y entre nuestros dedos, contenta de que la sacudamos arrojándola al viento y de que hayamos jugado con ella haciendo castillos de arena.

 

                                        FIN

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